miércoles, 15 de marzo de 2017

Fantasía, el reino peligroso II: del cruce entre mundos




“Si un hombre atravesara el Paraíso en un sueño,
y le dieran una flor como prueba de que había estado allí,
 y si al despertar encontrara esa flor en su mano…
¿entonces, qué?
”.
Samuel Taylor Coleridge

Fantasía es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios.
J.R.R. Tolkien

Esta entrada contiene diversas reflexiones para quienes desean viajar literariamente a Fantasía. No pretende ser una guía de viaje, tanto como mi diálogo con viajeros de diverso cuño. Y no se limita a la ida, sino que trata esos momentos, más inquietantes, en los que ambos mundos se traban y Fantasía altera nuestra realidad.

¿Es Fantasía un lugar peligroso?

Fantasía, como hemos visto en la entrada previa sobre Bastián Baltasar Bux, no es un reino rosa, benévolo con los seres humanos. Puede potenciar el extravío de nuestras almas y la vuelta con bien o cordura no está garantizada, pues nuestra mente puede quedarse atrapada en la Ciudad de los antiguos emperadores o, como le ocurrió a Rip Van Winkle, encontrar que el mundo envejeció treinta años mientras nosotros sentimos pasar solamente una noche al otro lado.

Esto queda claro en diversos episodios de los antiguos cuentos de hadas, en los que se manifiesta el peligro de ingerir alimento o bebida cuando las hadas nos convidan, pero no todas las posibilidades de perdernos son tan evidentes y fáciles de identificar.

Claro que Fantasía también puede curarnos. Uno de los temas de Michael Ende en “La historia interminable” es que la salud de ambos mundos está relacionada. Los sueños y pesadillas afectan la vida de los seres humanos y si nos volvemos prosaicos y banales, si dejamos de asumirnos como seres necesitados de relatos, la Nada arrasará con Fantasía y la banalidad con nuestro mundo.

Planteado así, el tránsito entre estos universos es fundamental para su equilibrio.

De la realidad a Fantasía, y de vuelta

“La historia interminable”, el libro que Bastián encuentra en la tienda del señor Koreander, o con más precisión, el Áuryn en su portada, constituye un portal. Pero el paso también puede ser guiado por emisarios, como le ocurre a Alicia con el conejo blanco que le lleva al portal entre las raíces del viejo árbol.

Para seguir con la imagen, esos portales sólo se abren en cierto momento y a sujetos determinados. De forma análoga, los emisarios no se aparecen ante cualquiera. Son hechos efímeros que no dejan una huella permanente en nuestra realidad.

Supongamos que alguien accede a las puertas o es visitado por los emisarios. Puede ocurrir que se vuelva narrador, loco o ambas cosas. Si tiene un poco más de sentido práctico, callará como el cuentacuentos de Wilde, quien narraba las más hermosas historias pero cuando se le mostraron los faunos, gnomos y sirenas, ese día optó por guardar silencio.

http://abigaillarson.deviantart.com/art/The-White-Rabbit-Revised-157641870

Las fronteras entre Fantasía y nuestro mundo permanecen intactas mientras Alicia no traiga de su viaje ningún objeto. Tampoco Bastián trae objetos de Fantasía, pues llega desnudo ante el agua de la vida, sólo el conocimiento de su verdadera voluntad. Será diferente si Juanito roba el arpa mágica, porque los gigantes lo perseguirán.

Si ocurriera lo que plantea Coleridge y alguien recibe el regalo de una evidencia, o roba una reliquia de Fantasía, las dos realidades se manifestarían al mismo tiempo ante nuestros ojos. Lo cual sería maravilloso, pero ¿es deseable? Eso trataremos a continuación.

lunes, 13 de marzo de 2017

Fantasía, el reino peligroso I. Bastián Baltasar Bux

Planteaba J.R.R. Tolkien, en su ensayo "Sobre el cuento de Hadas",  que Fantasía "es una tierra peligrosa, con trampas para los incautos y mazmorras para los temerarios". Y continúa:


Ancho, alto y profundo es el reino de los cuentos de hadas y lleno todo él de cosas diversas: hay allí toda suerte de bestias y pájaros; mares sin riberas e incontables estrellas; belleza que embelesa y un peligro siempre presente; la alegría, lo mismo que la tristeza, son afiladas como espadas. Tal vez un hombre pueda sentirse dichoso de haber vagado por ese reino, pero su misma plenitud y condición arcana atan la lengua del viajero que desee describirlo. Y mientras está en él le resulta peligroso hacer demasiadas preguntas, no vaya a ser que las puertas se cierren y desaparezcan las llaves.

El ensayo del creador de la Tierra Media me remite a una obra de otro autor igualmente querido: "La historia Interminable", de Michael Ende.

Y creo que Bastián Baltasar Bux,  ejemplifica a la perfección durante su periplo cuanto Tolkien quiso decir sobre Fantasía.


Bastián Baltasar Bux, por Vikifloki
Una vez que Bastián ha salvado a la Emperatriz Infantil, como portador del Áuryn, puede hacer cumplir su voluntad. Cuanto desea e imagina se vuelven realidad, pero a costa de su memoria e incluso de su entendimiento, pues al proclamarse emperador de Fantasía rompe las reglas de la cordura, incluso para el reino fantástico.

Atreyu y Fújur son amigos de Bastián y se preocupan por esa loca carrera en la que cumple sus caprichos y pierde la esencia de sí. Pero la Emperatriz Infantil, a pesar de haber sido salvada por el joven humano, y más allá del bien o del mal, sigue su inmemorial regla de no intervenir, siempre y cuando Bastián cumpla la función de realimentar y recrear Fantasía.

Dirá San Agustín en una de sus homilías: "Ama y haz lo que quieras. Si callas, callarás con amor; si gritas,gritarás con amor; si corriges, corregirás con amor; si perdonas, perdonarás con amor. Si tienes el amor arraigado en ti, ninguna otra cosa sino amor serán tus frutos".

Bastián ha olvidado su voluntad verdadera, que es recuperar el amor de su padre, quien está perdido en la melancolía. Se deja llevar por la sentencia incompleta que puede leerse en el Áuryn: "Haz lo que quieras", un ofrecimiento que guarda la amenaza de enloquecer de poder y egoísmo.

Tras la batalla por la Torre de marfil, el personaje escapa a duras penas de la Ciudad de los antiguos emperadores. Desde la casa de doña Auiola hasta el Minrod de Yor, el cariño y el trabajo duro le dan una posibilidad de recuperarse a sí mismo. El joven piel verde y el dragón de la suerte se erigen en sus valedores ante la inexorable ley de Fantasía.

Así, Bastián podrá llevar a su padre el agua de la vida, que no es otra que ese amor del que habla San Agustín.

Sí. El mundo de los hombres y Fantasía pueden devolverse la salud mutuamente. Pero no por necesidad ocurre así. La razón del viajero puede incendiarse en una rapsodia brillante y fugaz, y Fantasía deberá reiniciar el ciclo. Pero Bastián tiene suerte, amigos y amor en su corazón. 








Casa vieja, casa nueva



La casa del  abuelo, refugio ocupado por sucesivos tíos y primos carnales durante sus momentos de desgracia, se yergue al lado de la carretera, circundada por una ruinosa cerca de adobe, tres higueras y un limonero. Nota: ninguno de los inquilinos temporales apuntaló jamás una viga ni encaló un muro, pero todos se quejaron por la que había sido una linda casa y ahora se estaba cayendo.

 Al otro lado del terreno, encarada hacia el barrio más reciente, está la casa nueva, la que Papá construyó con los esfuerzos de una vida de trabajo y que, a poco de inaugurada, se llenó con sus afanes de coleccionista de trebejos, creyendo siempre que cada objeto tendría una utilidad futura, resistiéndose a desechar  nada, con una mezcla de cautela y esperanza que a veces me enternece y otras me desquicia.

La casa vieja, que conocí en mejores condiciones cuando niño, conservó en buen estado su corredor, sus muros encalados y puertas de madera. En el patio estaba la cocina de leña donde se echaban tortillas y el vagabundo Carmelo se acuclillaba a despachar un taco, hábito caritativo que inauguró mi abuela y respetaron las mujeres de la familia hasta que el Cuenteropatadeperro estiró la pata por vez final.

Infinitas eran las variantes de sus cuentos supersticiosos: el de las afables vecinas sorprendidas como brujas mientras succionan la vida a los niños en sus cunas; la Llorona que, en su recorrido por el pueblo, pasaba justo por el corral de mi abuelo y a la que se mantenía a distancia con un espantajo en traje de manta y sombrero de palma  ̶̶  guardián inverosímil empuñando machete o tijeras de poda en sus manos de paja  ̶̶   o, mi favorita, la de los albañiles que, embriagados por su capataz, fueron emparedados en los cimientos del puente como ofrenda para que las crecidas del río no lo tirasen por séptima vez.

La casa nueva oscila entre la vocación de soñador de mi padre y un inequívoco aire de familia con su antecesora, al que no es ajeno el apolillamiento prematuro de los batientes de madera.

En el pueblo, los adversarios de mi abuelo, supervivientes nonagenarios de un absurdo conflicto, propalan la leyenda de que él muriera mudo y parapléjico llevándose el secreto de un tesoro de centenarios enterrado en alguna parte del solar.

A las insinuaciones y sondeos sobre la herencia del comerciante, mis padres responden riendo ¿habríamos tardado tanto en fincar si existiera una herencia? Pero los vecinos los miran con suspicacia. Creen que hay gato encerrado, y que mis padres decidieron retirarse en el pueblo para encontrar el jarrito (a veces es un cofre)  lleno de monedas.


¿Será por eso que hubo tantos voluntarios para cavar los cimientos de la casa? Y pensar que mi viejo estaba tan alborozado que mandó matar un puerquito para agasajar a los comedidos vecinos.