jueves, 25 de febrero de 2016

La sombra de Ramsés II

Me sorprendió en gran medida  que la película   "Exodus: Gods and Kings", de Riddley Scott, tenga tan baja calificación en los sitios de cine en los que valoran los aficionados.

Una explicación posible es que, comparada con la clásica “Los diez mandamientos”, la película de Scott ofrece un punto de vista heterodoxo que no busca complacer a las personas religiosas, ni a las ateas, por cierto. 

En cuanto a mí, la cinta pone sobre la mesa una serie de lecturas muy jugosas del relato bíblico, sobre las que me gustaría abundar en términos del simple relato.

En la tradición judeocristiana se ha supuesto con frecuencia que el faraón a quien Moisés se enfrentó  fue Ramsés II (aunque hay otras posturas, dada la dificultad de situar al profeta hebreo en un período histórico específico). Como elección, difícilmente hay un antagonista más atractivo.

Este fascinante personaje es siempre maltratado cada vez que se le recrea al lado de Moisés. Poderoso, arrogante, pero de alguna manera menos capaz que el héroe hebreo, aunque en los hechos, Ramsés II fue uno de los soberanos egipcios con más poder, larga vida y mayor huella arqueológica, Su momia se conserva y su rostro se conoce, en contraste con Moisés, de quien se supone habría sido borrado todo vestigio por orden real. 

La perspectiva popular que encontramos en "Los diez mandamientos" (Cecil B. DeMille, 1956) o "El príncipe de Egipto" (Brenda Chapman, 1998)...¿puede beber en otras fuentes?

Para el mundo de habla inglesa, Ramsés como símbolo de un poder cruel y despótico tiene un referente literario en el poema “Ozymandias” (un nombre que le dieran los griegos al soberano egipcio), de Percy Shelley:




Conocí a un viajero de una tierra antigua
Quien relató: dos enormes piernas pétreas, sin tronco,
se yerguen en el desierto. A su lado, en la arena,
semihundido, yace un rostro cuarteado, cuyo ceño
y labios delatan su desdén y frío despotismo,
dando cuenta de que el escultor percibió bien esas pasiones
que aún perduran, grabadas en los inertes restos,
así como las manos que las tallaron y el corazón que las alimentó.

Y en el pedestal pueden leerse estas palabras:
"Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes:
¡Contemplad mis obras, poderosos, y desesperad!"
Nada queda a su lado. Alrededor de las decadentes
y colosales ruinas, infinitas y desnudas, solamente
se extienden, a lo lejos, las solitarias y extensas arenas.




En la película de Scott puede verse a Ramsés ante una maqueta de Memfis, con el proyecto de su pirámide y una desproporcionada estatua del soberano, a quien sus arquitectos y artistas advierten que será imposible de mantener en pie una efigie de tal tamaño. Absorbidos por el relato bíblico y la interpretación que ofrece la cinta, puede ser que apenas nos percatemos de que la construcción es detenida por el conflicto con los hebreos y las sucesivas plagas que caen sobre el reino. 

Sólo alcanzamos a ver la cabeza y los tobillos en algunas secuencias, en una muy probable alusión al poema de Shelley.