miércoles, 20 de enero de 2010

Sobre perder el conocimiento

Estoy quemando mis libros,
la erudición y el tiempo perdido.
Desasosiegos me desvelan ante mi escritorio
y la lámpara encendida.
Desde el espejo me mira un desconocido.

¿Quién era ése?
Otro, pues yo amaba la guitarra de los gitanos:
la rondeña, las soleás por bulerías;
Algum outro que gostava do sotaque dos choriños
e as saudades.

Otro y no yo, quien sonreía por las mañanas,
y a quien le enloquecían el tabaco y el café.

Ya no soy ése.
No supe cómo explicarle a un niño
el sentido de una corrida de toros,
y fue porque ya no me gustan.

De tus ojos no guardo recuerdo.
Pero tampoco sé quien es éste
que desde el espejo me mira.

Si lo doy por muerto,
es porque al repasar la estantería,
no encuentro un poema que le devuelva la vida:
no lo hará ninguno que honre revoluciones muertas,
ninguno que invoque amores idos.
Solamente desconfío.

Ya no me importan los graves, ni los agudos;
me son indiferentes el ritmo y la rima.

Se me van los pensamientos
tras esas caderas, una tarde nublada,
las hojas caídas
o los pétalos de bugambilia.

Y al oscurecer,
escucho que al del espejo le rechinan los dientes.




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